Emily Bronte
Huérfana de madre a los tres años, fue criada por su padre, un pastor anglicano, de acuerdo con los principios del ascetismo más riguroso. Esa rígida formación y la circunstancia de vivir en un mundo que negaba a la mujer otro destino que el hogar, no le impidieron, sin embargo, escribir una de las novelas más apasionantes del siglo XIX: Cumbres borrascosas.
Haworth, aldea de piedra
levantada sobre la ladera de una desolada colina de York-shire
(Inglaterra), es lugar áspero, azotado por el viento y coronado de páramos. Allí
llegó, el 25 de febrero de 1820, el reverendo Patrick Brunty o Bronte,
acompañado por su frágil mujer, Mary Branwell, y sus seis hijos: Mary,
Elizabeth, Charlotte, Patrick Branwell, Emily y Anne.
Los seis habían nacido en
Thornton, otra aldea de York-shire, y se escalonaban entre los ocho años y los
pocos meses de edad. Iban a habitar la casa parroquial, junto a la iglesia: dos
pisos de piedra gris rodeada por un desnudo cementerio.
Lúgubre visión para los ojos de la
madre' enferma y para los absortos ojos infantiles.
El 15 de septiembre de 1821 muere
la madre. Emily, nacida el 30 de julio de 1818, tiene apenas tres años. La
hermana mayor de María Branwell, severa y resignada, se ofrece para ayudar al
reverendo Bronte en la tarea de inculcar a esos niños el riguroso cumplimiento
del deber, el orden, el horror por las complacencias y las debilidades de la
carne, la extrema sencillez y el rechazo de toda efusión. No hay juguetes,
ornatos ni golosinas.
El clan de los Bronte es un mundo
aparte. Han aprendido a hablar en voz baja, a reunirse junto al fuego para
contarse historias que ellos mismos inventan. Por las tardes vagan, tomados de
la mano. A Emily es a quien más atrae ese paisaje áspero e implacable: es la más
enérgica, la más reservada, la más firme y segura.
En 1824 Mary y Elizabeth, las
mayores, son enviadas al internado que el reverendo Carus Wilson ha abierto en
la aldea de Cowans Bridge. Poco después Charlotte y Emily van a
acompartir con sus hermanas el encierro y la frialdad de ese inhóspito colegio
en el que los rigores y las amenazas del sermón es lo único que abunda. La mala
alimentación y las mortificaciones se llevan primero a Mary, que muere en la
primavera de 1825. Un mes después la sigue Elizabeth. Al cabo de unos meses el
pastor Bronte decide retirar a las sobrevivientes. Retaceará sus meditaciones y
sus laboriosos y frustrados poemas para inculcarles instrucción, secundado por
su cuñada.
En los momentos de descanso, bajo
la mirada larga y el oído corto de Tabby, la fiel criada, rezongona,
perspicaz y supersticiosa, los cuatro niños se entregan a juegos en los que la
erudición sirve de corcel a la fantasía. Tienen un periódico manuscrito, fundan
escuelas en territorios inventados y cada uno posee su propia isla donde reina
el héroe predilecto. Emily elige el territorio de Aran y coloca en él a
Walter Scott.
En 1831 Charlotte, menuda, feúcha
y apacible, parte para Roe Head, dispuesta a hacerse institutriz. Cuando
vuelve, tres años después, Emily es ya una muchacha hermosa, alta y silenciosa,
de mirada apasionada, que solo parece respirar con libertad bajo los vientos de
ese páramo.
Charlotte es ahora la instructora
de sus hermanas. A un costado Patrick Branwell -"Branwell" para todos-
escribe y pinta. Brillante, talentoso, ya ameniza con su gracia y oratoria las
reuniones de la aldea y fascina a los parroquianos de la taberna lugareña.
En 1835, cuando Charlotte regresa
como maestra a Roe Head, Emily va con ella en calidad de alumna, pero,
lejos de su ambiente habitual, su fuerza la abandona: está pálida, decaída,
vulnerable a cualquier enfermedad. Se decide un canje: Anne, la más pequeña,
ocupará su lugar en Roe Head. Por dos veces más Emily probará el desarraigo, con
los mismos lamentables resultados que imponen el retorno como única y milagrosa
medicina.
La primera será al año siguiente,
cuando la economía del hogar exige que se traslade como maestra a una escuela de
Halifax, donde se ve obligada a trabajar desde las seis de la mañana hasta las
once de la noche. Son seis meses de esclavitud y de forzada convivencia con
personas desconocidas; meses intolerables para su carácter reservado y rebelde,
que solo protesta a través de los malestares de su cuerpo. Después regresa a
Haworth y decide permanecer allí: ese es su elemento y esa su libertad.
Tabby, la vieja criada, ha quedado
casi incapacitada. Emily amasa y hornea el pan, prepara la comida, plancha,
cose; siempre con un libro abierto al lado y su espíritu volando en fantásticas
ensoñaciones. Prefiere inclinarse sobre el polvo o el carbón, antes que hacerlo
delante de esas gentes torpes, egoístas y tiranas que tanto Anne como Charlotte
deben soportar lejos de allí como institutrices.
Cada Navidad sé reúne toda la
familia. Es uno de los pocos acontecimientos que cambian la rutina de ese hogar,
donde una visita o una excursión resultan absolutamente extraordinarios. Emily
no tiene amigas ni amigos, ni la más incipiente vida social. Tampoco amores. Sus
poemas apasionados —desconocidos para su familia- se dirigen a alguien a quien
tal vez no encontrará nunca.
En 1842 Charlotte y ella se
trasladan a Bélgica para perfeccionarse en lenguas extranjeras, en el instituto
que dirige el matrimonio Héger, y fundar después un pensionado para niñas.
Estudian vorazmente, reservadas, taciturnas, envueltas en vestidos anticuados y
sin pliegues. La muerte de la tía las devuelve a Haworth antes de terminar el
año. Charlotte volverá a partir, pero Emily permanecerá junto a sus ollas y sus
escobas.
La soledad del erial seguirá
alimentando las imágenes y las visiones de su poesía, mientras vaga acompañada
de su fiel perro Keeper. Las vacaciones volverán a traerle a Charlotte
sufriente, enamorada de Héger y desencantada; a Anne cada vez más pálida
y dócil; al siempre adorado Branwell, que luego de cambiar muchos trabajos,
parece haberse agregado a la misma casa donde presta servicio su hermana menor,
también en carácter de instructor. Las esperanzas fraternas depositadas en él
van siendo frustradas por la indolencia y la disipación.
En 1845 se conocen abiertamente
algunas causas de su conducta: ha pretendido seducir a la señora Robinson, madre
de sus alumnos y veinte años mayor que él, y el marido lo ha despedido. El
alcohol y el opio no son ya refugios para su remordimiento secreto, sino
estímulos para sus alardes en las francachelas de la vieja taberna. Cuando
risotadas y canciones obscenas anuncian su regreso casi a la madrugada,
tropezando entre las piedras del jardín, Emily se adelanta hasta el umbral en
plena noche y con la lámpara en alto le ilumina el camino. Era la única que
podía calmarlo cuando, enfurecido, amenazaba destrozar la casa.
Ese mismo año un cuaderno olvidado
pone al descubierto el secreto de Emily: sus poemas. Las tres hermanas se
confiesan mutuamente que escriben versos. Cada una encuentra admirables los de
las otras dos y deciden publicarlos en un mismo volumen: Poemas, por Currer,
Ellis y Acton Bell (las iniciales de los seudónimos corresponden a las de
sus verdaderos nombres). En realidad, los únicos valiosos son los de Emily, y la
crítica no tarda en advertirlo. A pesar de ello, solo se vendieron dos
ejemplares.
Las hermanas no se desaniman e
intentan otro género: la novela. Emily, que se ha asomado a las turbias aguas de
las historias ajenas y leído las sombras en la mirada de su hermano, combina
esos elementos con "un amor más fuerte que la muerte" y surge una novela
violenta y trágica, Cumbres borrascosas, escrita con tinta roja sobre papeles
negros. Publicada en diciembre de 1847, fue acogida como una pintura exagerada
de depravaciones y espíritus extraviados, exaltados escandalosamente por "Ellis
Bell, el hombre de gran talento, pero amargo, brutal y huraño". La posteridad,
sin embargo, ha dado otro juicio y considera que Cumbres borrascosas es uno de
los monumentos más notables producidos por el genio femenino en el siglo XIX.
Nada esperaba de ella Emily, y
poco o nada esperaba ya del "mundo. Para 1848 el reverendo Bronte está casi
ciego; Branwell, por su parte, vive cada vez más embotado por efecto del
opio y el alcohol, y muere finalmente el 24 de septiembre en una crisis de
delirium tremens. La mano de Emily, que lo ha conducido con paciencia y
firmeza y se ha esforzado por sostenerlo durante su agonía, escribe entonces:
"Que sobre tu memoria extienda su ternura la compasión; que descanse liviana la
tierra sobre tu pecho". Pero aunque mantuviera una apariencia de entereza, por
dentro todo su ser se va desmoronando. La tos la desgarra pero rechaza las
medicinas. Una mañana apenas logra bajar la escalera para alimentar a Keeper.
El 19 de diciembre de 1848, su
desgarradora imploración es esta: "¡Oh, dejadme morir!, que al fin la
voluntad y el destino cesen su lucha cruel, y que el bien conquistado y el mal
vencedor se disuelvan en un reposo único."
Fuente Consultada:
Vida y Pasión de Grandes Mujeres - Las Reinas - Elsa Felder
Fascículos Ser Mujer Editorial Abril
Enciclopedia Protagonistas de la Historia Espasa Calpe
Wikipedia
Vida y Pasión de Grandes Mujeres - Las Reinas - Elsa Felder
Fascículos Ser Mujer Editorial Abril
Enciclopedia Protagonistas de la Historia Espasa Calpe
Wikipedia
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