lunes, 7 de abril de 2014

Emily Dickinson

(Amherst, 1830 - id., 1886) Poetisa estadounidense cuya obra ha sido celebrada como una de las más grandes de habla inglesa de todos los tiempos, por su especial sensibilidad, misterio y profundidad. Dickinson estudió en la Academia de Amherst y en el seminario Femenino de Mount Holyoke, en Massachussets, donde recibió una rígida educación calvinista que dejó huellas en su personalidad y a la que se enfrentaría con su carácter escéptico. A través de Benjamín F. Newton conoció muy temprano la obra de Emerson. También leyó a Thoreau, a Hawthorne y a Beecher Stowe.


Muy pronto decidió aislarse del mundo, manteniendo contacto solamente con unas pocas amistades, como el escritor Samuel Boswell, con quien sostuvo una larga correspondencia. A los veintitrés años, Dickinson tenía conciencia de su propia vocación casi mística, y a los treinta su alejamiento del mundo era ya absoluto, casi monástico. Retirada en la casa paterna, se dedicaba a las ocupaciones domésticas y garabateaba en pedazos de papel (con frecuencia ocultados en los cajones) sus apuntes y versos que, después de su muerte, se revelaron como uno de los logros poéticos más notables de la América del siglo XIX. En su aislamiento sólo vistió de color blanco ("mi blanca elección", según sus propias palabras), rasgo que expresaba la ética y transparencia de su poesía.

Uno de sus biógrafos escribió acerca de su naturaleza poética: "Era una especialista de la luz". Su escritura puede ser descrita como producto de la soledad, del retiro de cualquier tipo de vida social, incluida la relativa a la publicación de sus poemas. De ella dijo Jorge Luis Borges: "No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo y tenerlo". Algunos de sus poemas reflejan la decepción que sufrió por un amor (dirigía cartas a un hombre al que llamaba "Master", del que no se conoce su verdadero nombre), y la ulterior sublimación y trasvase de ese amor a Dios.

Sus primeros poemas fueron convencionales, según el estilo corriente de la poesía en esos momentos, pero ya a comienzos de 1860 escribió versos más experimentales, sobre todo en lo que respecta al lenguaje y a los elementos prosódicos. Su escritura se volvió melódica y a la vez precisa, despojada de palabras superfluas y exploradora de nuevos ritmos, unas veces lentos y otras veloces, según el momento y la intención y no como un patrón rígido, como era usual. Su poesía devino intelectual y meditativa, sin que esto supusiera una merma de su sensibilidad.
Actualmente algunos especialistas subrayan esa complejidad intelectual, pues por lo general la crítica había jerarquizado su lirismo como un valor supremo, o su feminidad como categoría poética que la separaba de los demás autores norteamericanos. En su poesía pesan la extrañeza y la oscuridad como cualidades esenciales, y la sutilidad dialéctica entre las imágenes, las sensaciones y los conceptos. Influyó en poetas posteriores (como E. Bishop, A. Rich, W. Stevens y otros) por esa capacidad de crear un lenguaje a la vez metafísico y emotivo.


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