Este blog surge de un grupo de mujeres lectoras, que reuniéndonos en el círculo de lectura que hemos llamado "Las mujeres por nosotras mismas", decidimos compartir reflexiones, textos, experiencias e iniciativas en torno a las mujeres que leemos textos de mujeres escritoras.
lunes, 30 de junio de 2014
Edna Ferber
"Si la política estadounidense está demasiado sucio para las mujeres a participar en, hay algo malo en la política estadounidense".
(Kalamazoo, 1887 - Nueva York, 1968) Escritora y dramaturga estadounidense. Edna Ferber, independiente y enérgica figura de feminista "avant la lettre", es autora de novelas y obras teatrales de tono sentimental y romántico, que no siempre acogió la crítica de forma favorable, pero que sí apreció el gran público. Después de una breve experiencia periodística, de la que extrajo valiosos motivos de inspiración para sus historias sobre la pequeña y media burguesía estadounidense, debutó en 1908 con la publicación de una serie de relatos centrados en el personaje de Mrs. McChesney, una ambiciosa mujer de negocios, que le valió una gran popularidad.
Sus raíces profundas en el Medio Oeste, el amor por su gente y por su tierra, son algunos de los elementos inspiradores de su narrativa, caracterizada por un lúcido análisis de las tensiones sociales y dominada por un aliento épico. Los grandes espacios le fascinan: extensiones naturales interminables sirven de fondo a una saga de pioneros de Oklahoma en Cimarron (1930), a un retrato amargo y corrosivo de la sociedad texana en Gigante (Giant, 1950), mientras que el escenario de la novela Ice Palace (1958), estoico duelo entre el hombre y la naturaleza, está constituido por los hielos y las montañas inaccesibles de Alaska.
El perfil feminista de su producción, que se manifiesta en el deseo de afirmación y autonomía de los personajes femeninos que creó, refleja los ideales que compartió la propia Edna Ferber durante toda su vida: Selina Peake es una madre tenaz, que se sacrifica por su hijo en So Big (Premio Pulitzer 1924), mientras que Magnolia Hawks Ravenal, abandonada por su marido, se resarce convirtiéndose en una cantante de éxito en un barco de vapor en Show Boat (Show Boat, 1926), una incisiva panorámica de las injusticias y del racismo del Sur, que le dio la máxima notoriedad y a partir del cual se extrajo una famosa comedia musical.
Las heroínas de Dawn O'Hara (1911), Fanny Herself (1917) y La exótica (Saratoga Trunk, 1941) son mujeres fuertes cuya personalidad posee asimismo rasgos típicamente masculinos: espíritu de iniciativa, amor por la libertad y confianza en sus propias fuerzas, mientras que los hombres que las acompañan suelen ser figuras débiles y negativas.
A partir de sus obras se realizaron célebres versiones cinematográficas, pero el mundo del espectáculo también se sirvió de la contribución de Edna Ferber a través de la producción con George S. Kaufman, de varias obras, entre las que destacan The Royal Family (1928), Cena a las ocho (Dinner at Eight, 1932), Stage Door (1936), así como de dos obras extraídas de su autobiografía, A Peculiar Treasure (1939) y A Kind of Magic (1963).
lunes, 23 de junio de 2014
VIVIAN ABENSHUSAN
La narradora y ensayista Vivian Abenshushan nació en 1972 en la Ciudad de México. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha colaborado en las revistas Letras libres, Paréntesis y Tierra Adentro. Ha sido becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA en dos ocasiones (1999 y 2001), en la categoría de ensayo, cuyo resultado fue el libro Una habitación desordenada, aún inédito, y en la categoría de cuento con el El clan de los insomnes, libro con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2002, por “su buen uso del lenguaje y conocimiento de finos recursos narrativos, unidad de estilo y malicia literaria, entre otros atributos”.
Ha impartido los talleres “Del ensayo y sus alrededores” y “Taller de literatura portátil”, un proyecto itinerante en el que combina la creación literaria con las artes visuales.
Interesada en las correspondencias estéticas y el intercambio creativo con otras disciplinas ha colaborado con dramaturgos, guionistas, artistas plásticos y músicos a lo largo de su trayectoria.
Varios de sus ensayos han sido publicados en antologías como Ensayos y divertimentos y Antología de letras y dramaturgia.
Si el trabajo es salud, ¡que trabajen los enfermos!”. Vivian Abenshushan, narradora y ensayista, goza de una salud envidiable: no trabaja.
Aunque edita libros independientes, colabora en revistas, escribe ensayo y cuento, imparte talleres de escritura experimental y tiene un hijo, Vivian es una ociosa.
No responde el teléfono desde un cubículo con luz artificial ni se lleva la computadora cuando sale de vacaciones (“para trabajar viendo el mar”). ¿Horas extra? ¿Guardia el domingo? ¿Despertador? ¿Agenda? ¿Una aplicación que le recuerde a quién debe llamar? ¿Existe eso?
Vivian considera la obsesión por la productividad una degeneración del empleo y una compulsión malsana y autodestructiva que engulle a las personas. El trabajo como la serpiente que se traga a sí misma. Una historia de pendientes sin fin. Una cuenta interminable que pagar.
A los 25 años dejó la academia y a los 32 el trabajo forzado. Tuvo una epifanía callejera (vagabunda, como la vida del desocupado) cuando vio, en Buenos Aires, un esténcil del Señor Burns que decía “Mate a su jefe: ¡Renuncie!” (un eco ilustrado del “No trabajen nunca” que escribió Guy Debord en un muro cerca del Sena medio siglo antes). Lo que Vivian descubrió (o recordó, porque en la infancia todos ignorábamos los calendarios) se lee como un manifiesto y una confesión que cimbra en las dinámicas laborales actuales.
Hay otro pulso posible en contra del que parece ser el dogma de nuestra era: “olvídese de sí mismo, trabaje”. “La productividad es esclavitud bajo la apariencia de una dicha pasajera”, dice Vivian. “El trabajo es un purgatorio inútil que en las últimas décadas ha adoptado un abominable esquema leonino: horarios del siglo 19, subsueldos, impuntualidad en pagos, ningún contrato ni prestación social…”. Pero hay otras relaciones de valor. Una cadencia menos vertiginosa. El tiempo de la respiración (“respirar”, “inspiración” y “espíritu” derivan del mismo verbo en latín: spirare. El tiempo para respirar es entonces hermano del tiempo para inspirarse, del tiempo para el espíritu). Vivian recuperó ese tiempo, el que sirve para abrir muchos paréntesis (como en estos párrafos), para platicar, comentar, preguntarse que haré hoy. Para mirarse. Para mirarse y preguntarse. Para mirarse a uno mismo mientras escribe y repite frases. Releerse. Detenerse. Extenderse (como en este párrafo). Y parar.
Su reciente libro, Escritos para desocupados, que también incomoda a la industria editorial (se puede descargar completamente gratis desde escritosdesocupados.com con la venia de Sur+ Ediciones), se lee como el testimonio de una workoholica rehabilitada; un programa de reinserción social para ex reclusos del empleo mal pagado, de la jornada de 12 horas diarias, del patrón inhumano… un libro para dar la bienvenida a los que han mandado al diablo su infierno laboral.
He aquí una muestra de lo que puedes encontrar en escritosdesocupados.com:
El lector insumiso
No hay vicios más difíciles de erradicar que aquellos que popularmente se consideran como virtudes. Entre ellos, el vicio de la lectura es el principal.
Edith Warthon
De pronto toda la expectación fue a caer sobre el último lector. Solamente porque era el último. De otra forma nadie le habría prestado la menor atención. Lo mismo le sucedió a San Ambrosio cuando un día cerró la boca para leer. En medio del murmullo habitual de las celdas, su silencio fue estentóreo. Algunos condiscípulos le lanzaron miradas de horror; entre ellos San Agustín, que escribió sobre el hecho en medio de su propio escándalo. Los ojos de San Ambrosio recorrían las páginas, “pero su voz y su lengua descansaban”, y aquella lengua inmóvil revestía una importancia enorme para la historia posterior de la humanidad. Se acababa de conquistar la privacidad del lector y con ella nacían también los furores de la posesión, la lectura en lo oscurito. Pero eso era sólo el principio, porque leer así, digamos, egoístamente, en la intimidad, para sí mismo —pero sobre todo, fuera de la audición de los demás, sin censor, sin horarios, sin guía— amplió de inmediato las posibilidades de evasión y placer del lector silencioso. Leer se había convertido en una fuerza absorta. Frente a sus ojos aparecieron las estanterías prohibidas y se multiplicaron ad infinitum las posibilidades de la biblioteca. Podía leer cualquier cosa, a cualquier hora, en cualquier lugar. Y pronto aprendería a construir su refugio incluso en las condiciones más hostiles: oculto entre la multitud de los cafés o encerrado en el baño (el monasterio secular de la lectura), leyendo de pie en la librería ambulante del metro o aislado en su habitación. Una libertad conquistada de aquel modo, sin límites espaciales y con enormes facultades de maniobra e introspección, terminó por abrirle un formidable apetito. Así, el lector insaciable se precipitó durante siglos tras los libros.
¡Qué nostalgia siente el último lector por su intimidad perdida ahora que todo el mundo —los maestros, los padres de familia, los secretarios de Estado— le piden cuentas y se preocupan por él! Bajo la mirilla de una época iletrada, el lector ha dejado de ser un sibarita de las tapas duras, para convertirse en un prócer de las buenas conciencias. Es el último de su especie y sobre sus espaldas recae la continuidad de la cultura, es decir, de la civilización. Cuánta responsabilidad para un muchacho que sólo quería saber, una tarde en la que no tenía ganas de hacer la tarea, si Gregorio Samsa había vuelto a ser él mismo. Tumbado en su cama, el muchacho cruza de un lado a otro las páginas, lenta, perezosamente, deteniéndose en cada palabra. Se rasca la cabeza, se pedorrea, se siente feliz; nada le gusta más que estar solo. Sin embargo, desde hace algunos minutos alguien llama con insistencia a la puerta. Se trata de un encuestador. ¿Y qué quiere? Hacer algunas preguntas para el “Estudio sobre los Comportamientos de la Compra de Libros” en relación con variables como la estacionalidad (sic), los géneros literarios y la escolaridad, cuyos resultados serán de vital importancia para implementar el “Plan Quinquenal de Fomento a la Lectura”. El encuestador promete no quitarle mucho tiempo, esa materia tan preciada para el lector. ¿Le gusta leer? ¿Cuánto tiempo dedica diariamente a la lectura? ¿Compra usted libros para disfrute personal? ¿Cuántas páginas lee por minuto? Califique del 1 al 10 el libro que está leyendo en este momento… He aquí cómo el tiempo de la intimidad ha quedado oficialmente condenado a desaparecer bajo la tiranía del saber cuantificable. Ahora el lector debe acumular títulos y aprender técnicas de lectura rápida y abultar su currículo con bibliografía, porque de él ya no sólo depende el futuro del libro sino también la estabilidad macroeconómica y los índices de lectura impuestos por los organismos internacionales —¡si lees menos de veinte libros al año, nos dará un infarto! Ya lo sabemos: la información, a diferencia de la literatura, es regulada diariamente por relojes mecánicos que promueven lectores mecánicos y escritores mecánicos entregados compulsivamente a la recreación inmediata y coyuntural —vacía— de la realidad que alimenta al sistema.
El reino del juego, de lo gratuito, ha sido suplantado por el imperio del cálculo. ¡No divagues, no imagines, no tiendas puentes entre una cosa y otra: la lectura es una obligación moral que la reflexión crítica destruye! Y sobre todo: ¡No pierdas el tiempo! Así, los pensamientos del último lector —y qué bueno que sea el último, pues de eso se trata, de extinguirlo por completo— son coaccionados a seguir el ritmo del statu quo, un territorio controlado donde los políticos y los empresarios no dejan de admirar públicamente las virtudes de los libros, pero han proscrito para siempre las horas de ocio para leerlos.
El hábito de la lectura es tan bueno como el ejercicio diario, la sobriedad, la costumbre de madrugar. ¡Y previene el Alzheimer! En efecto, el lector nunca había sido tan ejemplar como cuando comenzó a desaparecer. Su epitafio podría decir sin ironía: “Fui un lector adicto, hasta que el vicio de la lectura se me convirtió en virtud”. Y si no, pensemos un momento en este hecho: justo cuando el adolescente, desparramado en la cama, comenzaba a disfrutar su primera novela, lo han convertido en héroe nacional. Levántate y lee. Qué monserga. El lector ha sido finalmente alcanzado por el Plan Quinquenal de Fomento a la Lectura. Toda pereza indecente ha quedado desterrada; lo mismo que la voracidad. Y ya nunca podrá exclamar con orgullo aquella frase de Charles Lamb: “A mí no me importaría ser sorprendido solo en los serios corredores de una catedral leyendo Cándido…”.
No es extraño que una mañana el lector torturado perdiera para siempre el apetito. No le interesaba ya nada, ni siquiera Salinger. Su deserción escandalizó a los maestros, a los académicos, a los escritores, a los intelectuales y a George Steiner quienes culparon de inmediato a la televisión, al iPod, a la prisa, al fin de las humanidades, a internet. Y sobrevino entonces la era detestable de los predicadores del libro, cientos de escritores bienpensantes dedicados a pregonar en todos los medios de comunicación los beneficios que reporta tener la nariz metida en los libreros —esa calistenia del espíritu imprescindible para sostener la conversación más banal— o la forma en que nos hacemos mejores personas por obra y milagro de la letra. El escenario parecía impensable: cientos de editores y maestros agradeciendo a toda esa buena gente de la tele que presta su imagen para ganar lectores, aunque en el fondo no les guste leer. Porque, según el dictamen de las editoriales corporativas que promueven a sus autores como si fueran payasos de circo, hoy ya nada gana lectores más que la tele. Que vengan los conductores de la barra matutina a contarnos un resumen del Quijote. Que Carlos Cuauhtémoc Sánchez adoctrine a los jóvenes con su moral reaccionaria. Eso es mejor que nada, dicen los maestros de secundaria sin temor a hundirse entre sus falsas premisas, eso es mejor que buscar inútilmente las perlas en el estercolero.
Tantas manos enlazadas alrededor del fuego perdurable del libro están haciendo un gran trabajo, están a punto de sofocarlo para siempre.
Hay algo si no perverso, por lo menos sospechoso en ese ingreso estelar de la literatura (antes la loca de la casa) a la sociedad del espectáculo. Es el momento de su domesticación final, alcanzando así el ideal de sus detractores: convertirse ella misma en simulación, representar el papel de institución inofensiva y respetable, santificada y obligatoria, una literatura llena de lugares comunes y buenas intenciones que ha declinado para siempre al peligro. La conversión del escritor en marca de prestigio para noticieros y secciones culturales, no hace más que consentir el triunfo de eso que Vila-Matas ha llamado “los enemigos de lo literario” (“pienso poner bombas mentales en todas las casas de todos esos canallas que están destruyendo la literatura, de todos esos hombres de negocios que editan libros, todos esos directores de departamento, líderes del mercado, equilibristas del marketing, licenciados de economía”) y que en otra ocasión Kundera describió como “las termitas de la reducción”, es decir, la forma en que los medios han sumido la cultura en una mediocridad estándar. No es que el escritor deba blasfemar en cadena nacional (oh, glorias de la autocensura), es tan sólo que se ha convertido en un títere elocuente del mismo poder que a veces critica.
Tal vez por eso, el lector simplemente ya no desea leer más. Con su renuncia quiere decirnos algo. Ha gritado que no, llevando al extremo la actitud radical que ha perdido la literatura, y le ha cerrado la puerta —quizá para siempre— a ese objeto rectangular que otros veneran como si fuera una urna. En su negativa se expresa un repudio, una desconfianza implícita a las convenciones más hipócritas que en las últimas décadas se han construido alrededor del libro, quitándole la fuerza crítica que lo hace respirar. Es probable que durante su infancia, el lector insumiso pasara de los libros al álbum de estampillas y de ahí a algún juego que se prolongaba hasta el anochecer, sin que hubiera fronteras entre una cosa y otra. El libro pertenecía a la misma esfera intemporal del juego donde ningún reloj daba la hora; volvía a empezar en cada lectura, abría puertas hacia regiones cada vez más vastas. Quizá con el paso de los años se habría convertido en un lector ávido, incluso extremo, insaciable, para quien la lectura nunca terminaría, porque continuaría en el libro siguiente, en el que estaría por descubrir. Pero ha ocurrido todo lo contrario: se ha vuelto un adolescente receloso, un antilector, que no desea domar sus zonas salvajes, aquella parte de sí mismo donde ha continuado siendo niño o artista. En el colegio, esa zona ha sido condenada al rincón de los reportes de lectura, los exámenes de opción múltiple, las fichas biográficas, nada. Y en la radio, los periodistas y los autores no hacen más que respaldar (¿sin darse cuenta?) el sentido del deber que defienden los políticos con su retórica vacía. ¡Seamos un país de lectores! Indócil, el joven se preguntará, como lo hizo hace más de un siglo Edith Wharton: “¿Por qué todos deberíamos ser lectores? No se espera que todos seamos músicos, pero sí que debamos leer…”. Y proclamará la negación de la lectura y será el bárbaro que escupe todas las tardes sobre los bigotes de Flaubert, del mismo modo que Flaubert escupía sobre los bigotes de los filisteos de su época…
Además de una provocación, el lector que ha dejado de leer plantea una paradoja: si ha abandonado la lectura en la adolescencia —del mismo modo que Rimbaud dejó la poesía—, ha sido sólo para recuperar su fuerza liberadora. Tiene ansias de vivir y está construyendo su autonomía. Por eso sus frustraciones con el libro, un aparato de tortura que ya sólo le produce aflicción, hablan más de nuestro fracaso —de nuestras imposturas— que del suyo. Su insumisión señala una derrota: los libros ya no le ofrecen refugio frente a la hostilidad del mundo, porque se han convertido ellos mismos en productos y réplicas de esa hostilidad. Los libros han sido domados. Ningún discurso oficial disipará esa desilusión; todo lo contrario: legitimará su radicalidad. Y el lector insumiso buscará otros caminos, será un nómada de la red y sus zonas autónomas, aún no confiscadas; escuchará a Radiohead, pasará la tarde en el cine. Y al final del día, serán las palabras de Thom Yorke o Kurt Cobain las que habrán alterado su conciencia con una fuerza mucho más inquietante y turbadora que todos los libros placebo que nos invitan a leer en los medios. Entonces no es el lector quien está siendo amenazado por las horas que dedica a bajar música de su computadora; es todo el sistema literario en pleno (es decir, los usos y costumbres de una comunidad reunida alrededor del libro, una comunidad históricamente seducida por los cantos de sirena, hambrienta de poder) el que ha entrado en una fase de adiestramiento y pasividad, plegándose dócilmente a los mecanismos que la dictadura de lo consumible ha impuesto sobre todas las esferas de la vida. El mercadeo inescrupuloso de la literatura promueve una lectura filistea y mecánica, una lectura inofensiva y lábil, que se escuda bajo el argumento de que vender cualquier libro es mejor que no vender ninguno.
En el siglo xviii, Gaetano Volpi, un librero de Padua, vivía torturado por una idea fija: el Mundo existe como una conspiración contra el Libro. Esa convicción paranoica lo llevó a tomar medidas de seguridad extremas en su biblioteca, como desterrar a los niños y prohibir la entrada a los ladrones. Más que dar a leer los numerosos volúmenes que poseía, su ideal era vigilarlos lo mejor posible. En 1756, publicó sus famosas Advertencias, un prontuario de instrucciones para proteger al Libro contra los cuatro elementos. Aunque imaginó todas las amenazas posibles, desde las gotas del aliento hasta las inundaciones y los terremotos, nunca pensó que el verdadero enemigo estaba en casa y era él mismo. Un día Volpi tuvo un ataque de melancolía, durante el cual imaginó, aterrorizado, el incendio de su biblioteca. Algunas horas después, en medio de su pesadumbre, rozó un libro con una vela por distracción. Había caído en la trampa de sus terrores imaginarios y pocas horas más tarde murió entre las llamas de su biblioteca.
Algo semejante ocurre en estos días en los que proliferan las escenas de pánico ante el desinterés de los lectores, la debacle de las librerías y la crisis editorial. Como Gaetano Volpi vivimos dominados por el terror a la conspiración contra el Libro sin sospechar que el asesino está en casa y somos nosotros mismos. Es decir: hemos elegido proteger los libros evitando que se lean. Nacido del miedo ante su desaparición, el deber leer es una respuesta histérica que sólo produce una fobia legítima en los lectores. En un prontuario contemporáneo sobre los peligros que acechan al libro, deberían figurar en primer lugar los programas oficiales de enseñanza de la literatura, junto con los resúmenes del Quijote y las lecturas obligatorias (¡y en una semana!) de Madame Bovary. Toda esa penosa esclavitud de la letra le hace más daño al futuro del libro que cinco horas de telenovelas. Cosa curiosa: la esclavitud de la letra promueve el mismo tipo de lectura ciega que alienta el mercado: una lectura veloz, superflua, que aleja al lector de su propio pensamiento (“no podemos pensar —escribió Connolly— si no tenemos tiempo de leer”).
Los libros son una pasión electiva, no un imperativo. Del mismo modo que a nadie se le puede obligar a soñar o amar, la intimidad con el libro, dice Daniel Pennac, no es algo que se pueda decretar ni promover a través del yugo. Desde cierta perspectiva, los libros, ya lo sabemos, no sirven para nada. La lectura es un acto libre, fortuito, a veces difícil. Tiene que ver con los estados de ánimo y las cosmogonías individuales, con el tipo de mundo que cada lector quiere ir creando para sí mismo. Por eso no hay forma de perpetuarla más que asumiendo su carácter impráctico e indócil. En contra de la santurronería de la lectura que hoy impera en los medios, el lector insumiso ha hecho su elección, defiende una posición, libera una zona del espíritu. Sabe que se encuentra ante las puertas de un incendio.
martes, 17 de junio de 2014
Ella se presenta así: "Mi nombre es Celerina Patricia Sánchez Santiago y soy de la comunidad de Mesón de Guadalupe, municipio de San Juan Mixtepec, distrito de Juxtlahuaca. Tengo que decir todo este nombre tan largo, porque hay dos municipios que se llaman igual, pero el otro está más al sur". Aunque tiene 20 años viviendo en el Distrito Federal, siempre regresa a la comunidad, porque sus papás y hermanos viven allá y "ese lazo, esa relación no me permite ser totalmente de la ciudad", dice, cuando le comento que ella es urbana y reafirma: "ese es un lazo, para mí, muy fuerte y significativo".
CELERINA SANCHEZ
- Migró a la Ciudad de México para
- seguir estudiando, "pero ya cuando
- llegas a la ciudad pues no, no...Es
- que te enfrentas a un montón de
- cosas. Si bien es cierto que
- en la ciudad se encuentran más
- oportunidades,el trabajo es muy malo,
- aunque aún así encuentras trabajo...
- lo he comentado muchas veces: en la
- comunidad de qué vives
- -dice y se responde- sí, de la cosecha
- -y continúa- pero si quieres estudiar
- no te da la vida, entonces hay que migrar.
- Yo pensaba que en la ciudad podía seguir estudiando, pero no fue así. Hay muchas, pero muchas cosas, dentro de ellas la discriminación, el rechazo al ver tu forma de vestir, de hablar, todo se estigmatiza en la ciudad, entonces eso hizo que aunque quisiera seguir estudiando no pudiera lograrlo. O trabajaba o estudiaba, no había de otra. Seguí trabajando, y como siempre me gustó la poesía, por azares de la vida me empecé a juntar con una organización en la que se hacía teatro, poesía y era algo que me llenaba. Se llamaba Centro de Experimentación Teatral, pero ahora sí que no encontraba totalmente mi yo..." Viaja la memoria, cierra los ojos para que no se le escapen detalles, al fin ya son 20 años de viaje en el asfalto.
"Fueron pasando etapas de mi vida... conocí una organización que se dedicaba a trabajar la salud y hablaba del rescate de las tradiciones indígenas y eso me gustó mucho, creo que ahí fue donde de alguna manera me encontré, ya habían pasado años difíciles. Esa organización todavía existe, se llama Asociación Mexicana de Salud Popular. La vida te va jalando, encontré muchas cosas, gente que son de pueblos originarios y que viven aquí en el Distrito y vi que había mucha gente como yo y que estaban agrupados en diferentes organizaciones y empecé a participar con ellos.
"Una vez vi en el periódico que el gobierno del Distrito Federal convocaba a un taller de formación de traductores y dije: aquí tengo que estar yo. Y había mazatecos, triquis, wirráricas, 35 compañeros de diferentes comunidades y después de ese curso nace la Organización de Traductores en Lenguas Indígenas. Ahí trabajo por años hasta que surgen conflictos y renuncio. Decido estudiar, porque vi que podía crecer mucho más."
Para ese entonces Celerina ya había terminado la prepa. Hizo examen para ingresar a la UNAM y no lo pasó, entonces se presentó a la Escuela Nacional de Antropología e Historia y ahí empieza a estudiar lingüística, carrera que está terminando en este momento y que, en sus propias palabras, le ha servido "para trabajar con la palabra poética".
¿Te acuerdas de tu primer pensamiento poético?
"Me acuerdo que en mi pueblo impulsaban la poesía cuando estudié la primaria. Es que en Oaxaca se impulsa mucho la poesía, claro, no la poesía indígena... A la gente le da mucha risa, pero cuando tenía 15 años yo no sabía que era mixteca, yo sabía que era nivi ndavi, que significa gente pobre, y mi mamá me decía que nosotros veníamos de la gente de la lluvia. Entonces, cuando entré a la primaria, me hablaban de las grandes culturas, la griega, los fenicios y de paso los de Latinoamérica, los toltecas, olmecas, mixtecos, mexicas, las grandes culturas y qué fueron y dijeron e hicieron, pero jamás te identificas con esas culturas y ni por tu cerebro pasa que tú eres mixteca, y después me dije: a ver, espérate, ahí hay algo... y bueno, pues vas descubriendo que los otros te llaman mixteco y entonces dije: ¡ah! ¡Entonces por qué dicen que hace no sé cuántos miles de años se acabaron los mixtecos! Entonces me di cuenta que no era nivi ndavi, sino que era parte de esa gran cultura, aunque no sea de la misma manera por el tiempo que ha pasado, pero ¡yo soy mixteca! Y cambió el mundo para mí".
¿Cambió para bien?, tenía que preguntarle, e inmediatamente dijo:" para bien en un sentido, porque como que vas agarrando ese hilo y como que nada en el mundo ya te concuerda, nada de lo que te dicen, de lo que te han dicho concuerda y entonces nace la inquietud de saber quién eres, de buscar, pero también está lo otro, que te tienes que meter a un estado nacional, porque aunque la gente no lo crea, los indígenas no nos creemos ni mexicanos, de veras, nos creemos porque así nos han dicho: eres mexicano, mexicano, pero en realidad no te sientes parte de, porque el mismo Estado no te da nada para que seas parte, nada más si te quitas lo pobre, lo indígena, entonces sí eres mexicano, porque sabes español, eres civilizado, ¿en esos términos? Yo no quiero ser mexicana, cómo me dices como Estado eso si al final tú me rechazas. Cómo me quito mi origen, eso no se quita lavándose, entonces la patria, el himno, todo eso, se convierten en símbolos impuestos y además todo está en español, absolutamente todo.
"Pero bueno, estábamos hablando de la poesía en mi vida... Leíamos a Amado Nervo, Gabriela Mistral, Carmen Basurto, Sor Juana Inés de la Cruz, todos en español. Esa es la noción de poesía que nos daban. La gran pregunta de muchos es si existe una poesía indígena y yo digo ahora que sí, que claro que existe, pero como desde le escuela te van diciendo cómo es la poesía, entonces obviamente ves lo tuyo y pues no entra dentro del canon establecido. ¡Y ahora nos piden que escribamos poesía original de los pueblos indígenas! ¿Cómo chingados le hago, si toda la educación fue por otro lado?
"Nosotros estamos buscando esos propios estilos, propias formas... estás partida, estás involucrada en un mundo diferente y cómo le haces para decirte, ah, no, ahora eres así, eres parte de este mundo. Existe una poesía indígena porque hablamos las cuestiones de ofrenda, de pedimentos, de esa relación que hay con la naturaleza y que tampoco es facilito sacarla, porque aún no llegamos a acordar que hay que trabajar esos temas con determinados estilos, pero de todos modos esta es mi poesía, es la que no me han enseñado, la que es innata: si voy a pedir a la lluvia lo hago como nosotros lo hacemos, no como cuando vas a una iglesia, porque nosotros pensamos en seres sagrados. La poesía representa la relación con el sentido que da la vida, que es la naturaleza, pero no solamente es en el mundo indígena sino en diversas culturas, en esos elementos esenciales que es la vida misma, sin ellos no habría vida, dicen mis antepasados y las gentes que tienen esa relación directa con los seres naturales. Ahí radica la poesía, aunque después tenga que ser transformada para que sea leída como poesía.
"El ideal, el sueño es que un día se presenten trabajos sin ser transformados, ese es el reto, que pueda ser leída nuestra palabra tal como es".
http://www.redindigena.net/mundoindigena/n1/pag16.html
lunes, 16 de junio de 2014
MARIANNE MOORE
Marianne Moore nació en Kirkwood, Misuri en la casa parroquial de la iglesia presbiteriana de la que su abuelo materno, John Riddle Warner, era pastor. Era hija de un inventor e ingeniero, John Milton Moore, y su esposa, Mary Warner. Creció en la casa de su abuelo, pues su padre había sido enviado a un hospital psiquiátrico antes de su nacimiento. En 1905, Moore comenzó a atender al "Bryn Mawr College", en Pensilvania y se graduó cuatro años después. Dio clases en la Carlisle Indian Industrial School en Carlisle, Pensilvania, hasta 1915, año en que comenzó a escribir poesía de forma profesional.
Carrera poética
Moore fue reconocida por autores tan diversos como Wallace Stevens,William Carlos Williams, H.D., T. S. Eliot, o Ezra Pound quizá a raíz de sus viajes europeos antes de la Primera guerra mundial. Desde 1925 hasta 1929, Moore trabajó como editora del diario literario y cultural The Dial. Esto hizo que Moore tomara un papel similar al de Pound, descubriendo a nuevos poetas como Elizabeth Bishop, Allen Ginsberg, John Ashbery o James Merrill. Aparte de esta labor editorial, Moore retocó y editó sus propios trabajos anteriores.
En 1933 le fue otorgado un premio, el Helen Haire Levinson Prize, por la revista Poetry. Su colección de poemas, Collected Poems, de 1951, es quizá su obra más valorada y la que le hizo ganar el premio Pulitzer, el National Book Award, y el premio Bollingen. En los círculos literarios neoyorquinos Moore se convirtió en una celebridad menor, sirviendo en ocasiones como anfitriona a aquellos más prominentes. Moore atendía a combates de boxeo, partidos de baseball u otros eventos públicos vestida de una forma un tanto extravagante que acabó convirtiéndose en su sello personal: un sombrero tricornio y una capa negra. Moore era una entusiasta de los deportes y los deportístas, y admiraba especialmente a Muhammad Ali, con quien colaboró en su álbum recitado I Am the Greatest! escribiendo algunas líneas. Moore continuó publicando poemas en otros diarios, como The Nation, The New Republic y Partisan Review, así como publicando varias obras y colecciones de poesía y crítica literaria. También mantuvo correspondencia con W.H. Auden y Ezra Pound mientras este último estuvo encarcelado.
Obra selecta
- Poems, 1921. Publicado en Londres por H.D. sin el conocimiento de Moore.
- Observations, 1924.
- Selected Poems, 1935. Introducción de T. S. Eliot.
- The Pangolin and Other Verse, 1936.
- What Are Years, 1941.
- Nevertheless, 1944.
- A Face, 1949.
- Collected Poems, 1951.
- Fables of La Fontaine, 1954. Traducción.
- Predilections: Literary Essays, 1955.
- Idiosyncrasy and Technique, 1966.
- Like a Bulwark, 1956.
- O To Be a Dragon, 1959.
- Idiosyncrasy and Technique, 1959.
- The Marianne Moore Reader, 1961.
- The Absentee: A Comedy in Four Acts, 1962. Dramatización de la novela de Maria Edgeworth.
- Puss in Boots, The Sleeping Beauty and Cinderella, 1963. Adaptaciones de los cuentos de Perrault.
- Dress and Kindred Subjects, 1965.
- Poetry and Criticism, 1965.
- Tell Me, Tell Me: Granite, Steel and Other Topics, 1966.
- The Complete Poems, 1967.
- The Accented Syllable, 1969.
- Homage to Henry James, 1971. Ensayos de Moore, Edmund Wilson, etc.
- The Complete Poems, 1981.
- The Complete Prose, 1986.
- The Selected Letters of Marianne Moore, editado por Bonnie Costello, Celested Goodridge y Cristann Miller. Knopf, 1997.
LA POESÍA
A mí también me disgusta, hay cosas que son importa-
ntes, más que todo este violineo.
leyéndola, no obstante, Con perfecto desprecio por ella,
se descubre que hay en
ella, después de todo, lugar para lo genuino.
Manos que pueden agarrar, ojos
que pueden dilatarse, pelo que puede erizarse,
si debe; estas cosas son importantes, no porque una
altisonante interpretación pueda encajarse sobre ellas,
sino porque son
útiles; cuando se vuelven derivativas hasta volverse
ininteligibles,
la misma cosa puede decirse de todos nosotros que nos-
otros
no admiramos lo que
no podemos entender; el vampiro,
colgado cabeza abajo o en busca de algo que
comer; los elefantes , empujando, un caballo salvaje,
revolcándose; un incansable lobo, bajo
un árbol; el inconmovible críticio que sacude su
piel como un caballo al sentir una pulga; el base-
bal-fan, el estadístico;
ni es válido
hacer una discriminación contra "documentos comer-
ciales y textos escolares"; todos estos fenómenos son
importantes. Debe hacer una distinción,
sin embargoo; cuando son arrastrados a prominencia por
semipoetas, el resultado no es poesía,
ni hasta que los poetas entre nosotros puedan ser
"literalistas de
la imaginación", por encima de
insolencia y trivialidad, y puedan presentar
a inspección imaginarios jardines con verdaderos sapos
en ellos, tendremos-
la. Entretanto, si pedís, por una parte,
la materia prima de la poesía en
toda su crudeza
la que es, por otra parte,
genuna, entonces estáis interesados en la poesía.
TALISMAN
En un mástil quebrado
por el mar arrojado
junto a la nave rota,
un pastor tropezó
y en la arena encontró
una gaviota
de lapizlázuli, fino
amuleto marino
con alones abiertos,
crispadas garras de coral
y pico en alto para saludar
a los marineros muertos
sábado, 7 de junio de 2014
Un regalo hecho poesia
La piedra niña
A Omar Ortiz
Minerales
de tierna
consistencia
maduran
en su centro
mientras aguarda
el tiempo de bruñirse
reflejar la luz
Por ahora
hace cientos
de años
ya
las campanadas
de la catedral
alborotan
cada mañana
el letargo
de sus ojos
Con el vocerío
de los andantes
forja carácter
el bullicio
la exalta
En plazas
jardines
y cafés
el cansancio
vespertino
le serena
el tono rosado
de la piel
Si golpea
el viento
una humedad
lastimosa
la recubre
Entonces
cierra puertas
entorna párpados
se yergue
guardiana
de la noche
También
hace plegarias
Hoy presencia
nuestro estar
callado
en la mesa
del portal
Tú y yo
detenidos
en esta felicidad
de ser
dos solos
sin espera
cuando vemos
la tarde caer
sobre los árboles
la calle
la ciudad
sobre ella
en oración
joven sacerdotisa
en el altar del mundo.
A Omar Ortiz
Minerales
de tierna
consistencia
maduran
en su centro
mientras aguarda
el tiempo de bruñirse
reflejar la luz
Por ahora
hace cientos
de años
ya
las campanadas
de la catedral
alborotan
cada mañana
el letargo
de sus ojos
Con el vocerío
de los andantes
forja carácter
el bullicio
la exalta
En plazas
jardines
y cafés
el cansancio
vespertino
le serena
el tono rosado
de la piel
Si golpea
el viento
una humedad
lastimosa
la recubre
Entonces
cierra puertas
entorna párpados
se yergue
guardiana
de la noche
También
hace plegarias
Hoy presencia
nuestro estar
callado
en la mesa
del portal
Tú y yo
detenidos
en esta felicidad
de ser
dos solos
sin espera
cuando vemos
la tarde caer
sobre los árboles
la calle
la ciudad
sobre ella
en oración
joven sacerdotisa
en el altar del mundo.
ARACELI MANCILLA
Nació en Tlalnepantla, estado de México, en 1964, y vive en Oaxaca desde hace diecinueve. Abogada egresada de la Escuela Libre de Derecho, forma parte del cuerpo editorial de la revista y fondo editorial Cantera Verde. Ha publicado los poemarios Desde la sombra, dentro del compartido Armar las palabras (UNAM, colección El ala del tigre, 1999); Al centro de la ínsula (Instituto Oaxaqueño de las Culturas y Fondo Editorial Cantera Verde, 2001) y A luz más cierta (Instituto Oaxaqueño de las Culturas, colección Voces de nuestra tierra, 2004).
viernes, 6 de junio de 2014
TERESA DE LAURETIS
Teresa De Lauretis (Bolonia, 1938) es una teórica feminista postestructuralista que ha realizado importantes contribuciones a los estudios de género, queer, cinematográficos así como al psicoanálisis.
Doctora en Modern Languages and Literatures por Universidad de Bocconi (Milan-Italia) En 1985 ingresó como docente de posgrado en el prestigioso Departamento de History of Consciousness en la University of California, Santa Cruz. Departamento del que han sobresalidos intelectuales como Hayden White, Donna Haraway, Angela Davis y James Clifford. Allí ha recibido la distinción máxima de Distinguished Professor Emerita. Ha sido Profesora Visitante en universidades de Canadá, Alemania, Italia, Suecia, Austria, Francia, España, Países Bajos, así como de varias pertenecientes a Estados Unidos, entre otras. Ha obtenido el Doctorado Honoris Causa por Lund University en 2005.
Autora de más de cien ensayos y numerosos libros, incluidos en varias antologías y traducidos a dieciséis idiomas, de Lauretis ha escrito sobre semiótica, psicoanálisis, cine, literatura, género y teoría feminista tanto en inglés como en italiano. Sus libros más destacados se centran en la representación cinematográfica de las mujeres así como también en el psicoanálisis. De Lauretis es editora desde 1986 de la prestigiosa revista 'Feminist Studies/Critical Studies', desde donde ha impulsado un feminismo radical con una nueva lectura de la sociedad.
Fue la primera persona en utilizar el término "teoría Queer" para acentuar las discontinuidades con los estudios gays y lesbianos; pero lo abandonó por juzgar que la palabra 'queer' había sido adueñada por prácticas teóricas e incluso mercadológicas que la vaciaron de su contenido político. Producto del encuentro del feminismo con Michel Foucault, y en el contexto de los efervescentes debates entre constructivistas y esencialistas durante los años ´80, De Lauretis irrumpirá con categorías que trazaran un antes y después en la teoría feminista tal es el caso de 'sujetos excéntricos' y el de 'tecnologías del género', abriendo espacio a nuevos universos de conocimientos y agenciamientos políticos
Teresa de Lauretis: Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo, Madrid, Horas y horas, Cuadernos inacabados n. 35, 2000, trad. de María Echániz Sans.
Cada mujer construye a partir de sí misma su propio itinerario feminista, su propia manera de estar para el feminismo y dentro del feminismo. De las diferencias y divisiones que pueden existir dentro de un mismo camino como de las que existen entre uno y los otros miles posibles recorridos, nos habla esta interesantísima recopilación de ensayos, escritos entre 1986 y 1996 por Teresa de Lauretis, una de las teóricas más audaces del pensamiento feminista contemporáneo.
La necesidad de valorar las diferencias es -como precisa la autora- una vez más una necesidad política porque “son precisamente las diferencias internas a cada una de nosotras, si tomamos conciencias de ellas, si las admitimos y las aceptamos, las que nos permiten entender y aceptar las diferencias internas a las otras mujeres y así, quizás, perseguir un proyecto político común de conocimiento e intervención en el mundo” (p.8).
En estos ensayos Teresa de Lauretis, además de reconstruir, como promete en el prólogo, su “recorrido intelectual, personal y político a través del feminismo”, evoca y entrecruza las propuestas teóricas y políticas, las reflexiones personales y los debates colectivos, las dudas metodológicas y las aportaciones críticas que constituyen el urdimbre y la trama del pensamiento feminista de los últimos veinte años.
A este cuadro vívido de la “pasión intelectual” (según la espléndida definición de Rosi Braidotti) que ha animado el trabajo teórico de las mujeres se añade un riguroso examen crítico de cómo la difusión del feminismo ha conllevado una multiplicación de enfoques analíticos y, por ello, una mayor atención no sólo a la diferencia sexual, sino a todas las diferencias que existen entre las mujeres -diferencia de clase, raza y orientación sexual, para mencionar las más relevantes- y dentro de una misma mujer, o sea aquellas “grandes diferencias […] que inciden imprescindiblemente en la misma diferencia sexual, es decir, en el modo en que cada una de nosotras vive la propia condición de sujeto sexuado y generado mujer” (pp. 7-8).
Y es a partir de mujeres muy distintas que de Lauretis ha construido su itinerario de mujer y de investigadora universitaria, su “genealogía feminista”, como la llama en el ensayo que abre esta recopilación, una genealogía “discontinua y evasiva, reconstruida día a día” (p. 29). En ella las palabras y los trabajos de Emily Dickinson, Audre Lorde, Virginia Woolf, Alice Walker, entre otras, iluminan historias pasadas y guían hacia pensamientos y escrituras futuras unidas por una tenaz voluntad de “perseguir estrategias de discurso que
otorguen voces al silencio de las mujeres dentro, a través, contra, por encima, por debajo y más allá del lenguaje de los hombres” (p. 18).
El segundo ensayo recogido es el capítulo introductorio al quizás más famoso texto de Teresa de Lauretis: Technologies of Gender. Essays in Theory, Film and Fiction (1987), donde la autora formula su propuesta de “sujeto del feminismo” entendido como “un sujeto en proceso de definición o de concepción […] un sujeto que está al mismo tiempo dentro y fuera de la ideología del género y es consciente de ello” (p. 44). Si esta posición es posible es gracias a los discursos acerca del género, la reescritura de los relatos culturales, la creación de nuevos espacios de discurso que, explica de Lauretis, permiten al sujeto del feminismo poseer “una visión desde ‘otro lugar’” (p. 62). Un “otro lugar” que es el “otro lugar” del discurso “aquí y ahora, el punto ciego, el fuera de campo de sus representaciones” y que está constituido por todos aquellos “espacios a los márgenes de los discursos dominantes, espacios sociales enclavados en los intersticios de las instituciones, en las fisuras y grietas de los aparatos de poder-saber” (p. 62).
Sobre la teoría de un sujeto excéntrico, “móvil y multiple”, que sabe vivir “entre la negatividad crítica de su teoría y la positividad afirmativa de su política” (p. 64) se articula también otro ensayo de esta recopilación (“Sujetos excéntricos”). El sujeto excéntrico es un sujeto móvil tanto en sentido político como personal; un sujeto que atraviesa “los límites entre identidad y comunidad socio-sexual, entre cuerpos y discursos” (p. 146) y que “ocupa posiciones múltiples, […] atravesado por discursos y práticas que pueden ser -y a menudo lo son- recíprocamente contradictorios” (p. 137). Un vez más es un sujeto que no puede ser inmune o externo al género, pero si autocritico distanciado, irónico, excedente-excentrico
Desde su excentricidad el sujeto del feminismo puede y debe contemplar todas las diferencias existentes dentro del feminismo en su doble presencia: como diferencias que existen dentro del pensamiento feminista y como divisiones que pertenecen a una misma subjetividad. Estas diferencias, como de Lauretis subraya en el ensayo “El feminismo y sus diferencias”, no sólo existen sino que han sido muchas veces serias y abundandes. Entre “las más serias” la autora destaca las diferencias de raza y de sexualidad; no menos relevantes son, sin embargo, las diferencias de clase, étnicas, lingüísticas y culturales, las diferencias metodológicas, generacionales, geográficas (p. 72). Es a partir del debate acerca de estas diferencias que se origina en los años 70 en Estados Unidos el enfrentamiento entre feminismo académico y activismo político, así como la oposición entre feminismo “blanco” u “occidental” y “feminismo tercermundista estadounidense” de donde surge el término “mujer de color” (término teórico además de político, precisa la autora) y cuya crítica se dirige principalmente hacia las feministas blancas “mucho más que hacia las estructuras del poder patriarcal o los hombres de color” (p. 76). Y es siempre a partir de la valoración de estas diferencias que en los años 80 se desarrolla el debate entre feministas pro-sexo y movimiento anti-pornográfico, así como el debate lesbiano sobre el sadomasoquismo que se traducirá en la polarización entre “el lesbianismo radical S/M (sado/masoquista) y el feminismo lesbiano” (p. 77).
Y sobre la visibilidad/invisibilidad de la mujer lesbiana como sujeto social se centra el ensayo “Diferencia e indiferencia sexual”. Según de Lauretis “es a través del feminismo que la identidad lesbiana puede ser asumida, hacerse discurso y articularse en concepto político” (p. 79) y es a través del feminismo que se deben examinar y verificar los límites del concepto de diferencia sexual confrontándolo con otras diferencias, no necesariamente sexuales, y con la sexualidad misma (p. 80). De Lauretis analiza, por ello, algunos textos narrativos y ensayos teóricos donde escritoras, críticas y artistas lesbianas “han buscado de diversas formas huir de la definición cultural de los roles sexuales, negándola, trascendiéndola, o representándola por exceso, y de re-inscribir lo erótico en formas expresivas (cifradas, alegóricas, realistas, camp, etc.) que sean capaces de permitir una representación lesbiana de la relación […] entre cuerpo y lenguaje” (p. 85). Entre ellas,cabe destacar, Gertrude Stein, Radclyffe Hall, Gayle Rubin, Catherine MacKinnon, AudreLorde, Monique Wittig.
“Irreductibilidad del deseo y conocimiento del límite”, el ensayo que cierra esta recopilación, se centra sobre algunos conceptos y términos claves de la historia del pensamiento feminista y lesbiano: género y diferencia sexual, identidad y política,sexualidad y deseo. Al poner en relación identidad y política, de Lauretis se pregunta “¿por qué será a veces tan difícil entenderse sobre lo que puede constituir un proyecto político
común? ¿Será inevitable que la exigencia de reconocimiento expresada en términos de identidad conduzca forzosamente a una política de identidad?” (p. 158). ¿Coincide la subjetividad con la identidad política? Tal vez, sugiere Teresa de Lauretis, habría que tener en cuenta y reconocer la irreductibilidad y “refractariedad del deseo” (p. 163), o sea aquella dimensión de la subjetividad que “no proporciona identidad sino división” (p. 163). Aceptar “la refractariedad del deseo” permite entender cómo los fantasmas, la experiencia, el saber de un cuerpo, las cargas narcisistas y pulsionales pueden a veces “contrastar con la voluntad política y oponer resistencia a la misma comprensión conceptual” (p. 163). Contestando a la propuesta de Lia Cigarini sobre una política del deseo, de Lauretis reafirma el sentido psicoanalítico del deseo “como límite interno del yo” (p. 167) y como “cociente de negatividad que permanece activo en la experiencia de todo sujeto sexuado” (p. 168). A partir de este reconocimiento de Lauretis propone “volver a pensar la subjetividad femenina teniendo en cuenta qué prácticas comporta y qué necesidades sostiene el deseo cuando obra desde un cuerpo de mujer” (p. 168). Una invitación que el pensamiento feminista no puede ni debe desatender si quiere elaborar un proyecto político capaz contemplar mujeres distintas y atravesadas por múltiples diferencias.
miércoles, 4 de junio de 2014
Agota Kristof.
Agota Kristof, nació el 30 de
octubre de 1935. A la edad de 21 años se marchó de su país cuando la Revolución
Húngara de 1956 fue aplastada por las
tropas del Pacto de Varsovia. Ella, su marido (profesor de historia en
la escuela) y su hija de 4 meses de edad, escaparon a Neuchâtel, en Suiza. Su marido había participado en Hungría en la
revolución contra el régimen prosoviético. Cuando la revuelta fue sofocada, el
matrimonio atravesó a pie la frontera con su hija recién nacida. Primero
Austria, luego Suiza. "Mi marido se
empeñó en que nos fuéramos", recuerda ahora la escritora. "Muchas veces he pensado que más habría
valido que él hubiera estado dos años en la cárcel que yo cinco en una fábrica.
Suiza me parecía el desierto. Lo pasé mal". Lo dice sin énfasis. En el
fondo, habla como escribe: yendo al grano, sin circunloquios, sin subrayados.
Cumpliendo con el tópico, la fábrica era de
relojes. Ella se levantaba de madrugada y se pasaba las horas repitiendo el
mismo gesto en una máquina. Mecánicamente. No sabía francés -"fue mi marido el que estudió. Yo no pude",
aclara-, y en una factoría en la que nadie hablaba era difícil aprender una
lengua: "Tenía sus ventajas. La
monotonía me permitía escribir poemas mentalmente. Los transcribía al llegar a
casa después de acostar a la niña. En húngaro". Con los años, quiso
traducir aquellos poemas al francés que había ido aprendiendo con su hija,
precisamente. Siempre había querido ser
escritora. Desde los doce años. Su padre era maestro y en su casa no era raro
que alguien escribiera. De hecho, su hermano pequeño ha publicado varios libros
en Budapest: "Él escribe más que yo",
afirma Kristof con una sonrisa. "Y lo han traducido. Al checo".
Además, llegaron los rusos y se
llevaron lo poco que había. Hungría se convirtió en una colonia de la URSS.
Tuvimos que aprender ruso, geografía rusa, historia rusa. ¿Que si hablo ruso?
Qué va. Nadie aprendía nada. Si ni los profesores sabían. ¿Cómo va a aprender
alguien que no quiere aprender de alguien que no quiere enseñar?".
Tras cinco años de exilio y
soledad, trabajando en una fábrica dejó su trabajo y se separó de su marido.
Kristof empezó a estudiar francés, y comenzó a escribir novelas en ese idioma.
Sus primeros pasos como Escritora fueron en el ámbito de la poesía y el teatro
(John et Joe, Un rat qui passe) aunque sería su obra narrativa la que obtendría
mayores reconocimientos. En 1986,
aparece su primera novela, El gran cuaderno. La secuela titulada La prueba
llegó 2 años después. Hasta 1991 no aparece la tercera parte bajo el título La
tercera mentira. La trilogía novelística ha sido publicada en España por el
sello El Aleph bajo el título Claus y Lucas.
En 1986, treinta años después de
salir de Hungría, su suerte cambió completamente. Tras haber escrito en francés
una serie de obritas de teatro que pasaron de estrenarse en cafés a retransmitirse
por la radio, Agota Kristof pasó dos años redactando El gran cuaderno, la
historia de dos hermanos gemelos a los que su madre deja durante la guerra en
casa de una abuela que no los quiere y a la que no quieren. Inocentemente
despiadados, la crueldad de los muchachos no tiene más límite que su propia
supervivencia. La escritora hizo tres copias de aquella infancia descarnada y
las envió a París: "Yo pensaba intentarlo en una editorial de por aquí,
pero un amigo me convenció y envié la novela a Gallimard, a Grasset y a
Seuil". A las dos primeras editoriales les pareció que una novela tan dura
no encontraría lectores. La tercera la publicó. El éxito fue fulminante. Las
ediciones y los premios se sucedieron, el libro fue traducido a 33 idiomas y Agota
Kristof se convirtió en una referencia para miles de lectores en Francia. A El
gran cuaderno le siguieron La prueba y La tercera mentira, las otras dos
entregas de una trilogía en la que cada título es una vuelta de tuerca al
anterior, dando versiones distintas, y hasta enfrentadas, de los mismos hechos.
En España cada título se publicó
por separado y con suerte dispar. Ahora El Aleph ha titulado el conjunto con el
nombre de sus protagonistas: Claus y Lucas. "Nunca pensé en hacer una
trilogía", matiza la escritora, "pero durante mucho tiempo no podía
pensar en otra cosa. Tenía que continuar". Y así continuó aquel drama de
guerra y aislamiento que la escritora sacó de su propia memoria. Aunque sus
recuerdos de la guerra mundial no son malos -"no había colegio"-
comparados con los de la posguerra: "Hacía un frío terrible y no había
comida.
Agota Kristof también escribió un
relato autobiográfico llamado
L'analphabète(en castellano La analfabeta)
publicado en 2004, en La analfabeta, la propia Kristof se pregunta cómo
habría sido su vida si hubiera vuelto a Hungría: "A menudo pienso en eso.
Creo que allí habría sido más feliz. La gente es más cordial. Tal vez habría
escrito más. Aquí pasé doce años sin poder escribir. En francés no podía y el
húngaro se me iba perdiendo. Y la fábrica... Aunque peor que la fábrica fue
luego trabajar en la consulta de un dentista. En un sitio no se podía hablar.
En el otro, la gente no paraba".
Agota Kristof recibió el premio
europeo a la literatura francesa por El gran cuaderno. Esta novela ha sido
traducida a más de 30 idiomas. En 1995 publicó una nueva novela, Ayer.
Su último trabajo es una
colección de historias cortas titulada C'est égal que se publicó en 2005 en
París. La mayoría de sus obras han sido publicadas por Editions du Seuil en
París.
La mayoría de sus obras han sido
publicadas por Editions du Seuil en París. Ha obtenido numerosos premios, entre
ellos:
Premio Europeo de Literatura Francesa (1986),
por El cuaderno
Premio Gottfried Keller (2001)
Premio del Estado de Austria de Literatura
Europea (2008)
Su obra se compone de:
Teatro
John et Joe (1972).
La Clé de l'ascenseur (1977).
Un rat qui passe (1972, versión
definitiva:1984).
L'Heure grise ou le dernier client (1975,
versión definitiva: 1984)
Le monstre et autres pièces (2007)
Narrativa
Le Grand Cahier (1986).
La Preuve (1988).
Le Troisième mensonge (1992).
Hier (1995).
L’Analphabète (2004). 4
C'est égal (2005).
Où es-tu Mathias ? (2006).
La boîte aux lettres
Traducciones en España
El gran cuaderno. Traducción de Enrique Sordo.
Barcelona: Seix Barral, 1986.
La prueba. Traducción de Enrique Sordo.
Barcelona: Seix Barral, 1988.
La tercera mentira. Edicions 62, 1993.
Ayer. Barcelona: Edhasa, 1998.
La analfabeta : un relato autobiográfico.
Traducción de Julio Peradejordi. Obelisco, 2006.
Claus y Lucas : El gran cuaderno; La prueba;
La tercera mentira. El Aleph, 2007.
No importa. Traducción de Julieta Carmona
Lombardo. El Aleph, 2008
FUENTES.
http://www.bibliotecaspublicas.es/merida/imagenes/Dossier_Agota_Kristof.pdf
http://es.wikipedia.org/wiki/Agota_Kristof
domingo, 1 de junio de 2014
Sabine Hofmann
Sabine Hofmann nació en 1964, en Bochum, Alemania, pero actualmente vive en la pequeña ciudad de Michelstadt. Estudió Filología Románica y Germánica, y trabajó varios años como docente en la Universidad de Fráncfort. Allí conoció a Rosa y empezó una larga amistad que la escritura conjunta de Don de lenguas, lejos de destruir, ha afianzado
Obras:
SINOPSIS :
«Allí estaba Mariona. Blanca, rubia, carnosa y muerta.»
Barcelona, 1952: quedan pocas semanas para el Congreso Eucarístico, y la consigna oficial es dar una imagen impoluta de la ciudad, pues está en juego la legitimidad internacional del Régimen.
Ana Martí, novata cronista de sociedad de La Vanguardia, encontrará en el encargo de cubrir el asesinato de Mariona Sobrerroca, una conocida viuda de la burguesía, su oportunidad para escribir sobre temas serios. El caso ha sido encomendado al inspector Isidro Castro de la Brigada de Investigación Criminal, un hosco policía de doloroso pasado, que tendrá que aceptar de mala gana que Ana cubra la investigación.
Pero la joven periodista pronto descubrirá nuevas pistas que se apartan de la versión oficial de los hechos y recurre a la ayuda de su prima Beatriz Noguer, una eminente filóloga. Lo que en principio parecía una inofensiva consulta lingüística sobre unas misteriosas cartas encontradas entre los papeles de la difunta se convertirá en el inicio de una serie de revelaciones en las que están implicadas personas muy influyentes de la sociedad barcelonesa…
En medio de un ambiente hostil poblado de funcionarios y políticos corruptos, porteras entrometidas, policías violentos, prostitutas y ladrones de buen corazón, la inteligencia y el arrojo de Ana y los conocimientos lingüísticos y literarios de Beatriz serán sus únicas armas para resolver el caso.
SINOPSIS:
Febrero de 1956. El invierno está siendo terrible, el más frío en España desde hace décadas. Esto no será un obstáculo para que Ana Martí, ahora reportera de un popular semanario de sucesos, acuda a un remoto y aislado pueblecito del Maestrazgo aragonés para cubrir el caso de una niña a la que han brotado los estigmas de la Pasión. El cura y el alcalde la reciben encantados ante la idea de que su “santita” se haga famosa en todo el país. Pero ni don Julián, el escéptico cacique del pueblo, ni la mayoría de los habitantes comparten sus simpatías hacia la forastera. Solo Mauricio, un pobre chico discapacitado, la inteligente y extraña niña Eugenia y la atormentada viuda que hospeda a Ana parecen dispuestos a hablar con ella. Pronto su olfato de periodista le dice que el caso de Isabelita no es el único suceso extraño que acontece en Las Torres...
El recuerdo de una niña muerta años atrás en misteriosas circunstancias, el fanatismo religioso y el frío glacial y la nieve que amenazan con dejar al pueblo incomunicado son el telón de fondo de la intrigas de El gran frío, un impactante thriller sobre los más bajos instintos de la condición humana que es a la vez un extraordinario retrato de la cruda realidad de la España rural en los años cincuenta.
El recuerdo de una niña muerta años atrás en misteriosas circunstancias, el fanatismo religioso y el frío glacial y la nieve que amenazan con dejar al pueblo incomunicado son el telón de fondo de la intrigas de El gran frío, un impactante thriller sobre los más bajos instintos de la condición humana que es a la vez un extraordinario retrato de la cruda realidad de la España rural en los años cincuenta.
Tomado de: http://www.siruela.com
Suscribirse a:
Entradas (Atom)